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lunes, 29 de enero de 2018

Dios Proveera

Este salmo, podríamos titularlo “el salmo de todos” porque en alguna etapa de nuestra vida hemos tenido alguna situación que nos hizo abrazar el salmo como si fuera solo nuestro y repetir una a una sus palabras. Siempre recuerdo a mi niña por las noches, durmiendo con su muñeco peluche, abrazándolo y sin soltarlo en toda la jornada de sueño, y para muchos este salmo se puede transformar en su elemento de abrazo y cariño. ¿Cuánto tiempo ha pasado usted esperando en la justicia divina? Debe ser un caso muy difícil el suyo y el mío si ya han pasado días, meses o tal vez años esperando y sin solución. Entonces debería intervenir la justicia divina. Lo triste del caso es que si todo lo que uno pasa, lo hacemos esperando en la “justicia divina” estaremos involucrando a personas. No sabemos entonces qué elegir, si continuar con la problemática esperando que se dé el momento de paz o decidir llamar a Dios para que ejerza justicia.
Porque si el Gran Juez interviene, podemos resultar heridos de alguna manera. Dios puede quitarnos algo, inhibir a gente querida a nuestro alrededor para solucionar el problema, o actuar de alguna manera que no salgamos muy beneficiados. Recordemos que cuando hay una herida infectada, los médicos en muchas ocasiones amputan, cortan o mutilan partes del cuerpo para evitar que el mal se distribuya. Y Dios puede ocasionalmente quitar de nuestro entorno algo que al comienzo nos duela. Hay un texto en este salmo que puede hacernos decidir entregar todo a Dios y es el siguiente: v. 7 “Que hace justicia a los agraviados.” Nos remitiremos al comienzo del salmo para estudiarlo adecuadamente. Vs. 1-2 El método de alabanza y cántico a Dios exalta la grandeza del salmista, porque a pesar de estar sufriendo o haber sufrido, alaba a Dios. Teniendo ante nosotros esta gloriosa perspectiva, ¡cuán bajas parecen las situaciones terrenales y cuán grandes los beneficios celestiales! Y analicemos porqué. v. 3 “No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre”. Somos dados a descansar en hombres importantes de la tierra antes que en Dios, tenemos la tendencia a poner en manos humanas nuestras contrariedades, cuando tenemos un Dios que se yergue como poderoso Gigante, un Salvador que ha dado su vida por nosotros inyectándola también en nuestro ser y un Consolador que nos acompaña como amigo inseparable. Mira mi amigo, mi hermano; el Espíritu Santo es mi amigo, yo un día le dije: “si tú eres mi consolador, estando a mi lado, guiándome, ¿por qué no eres mi amigo entonces?... Hagamos un trato, tú serás mi amigo, iremos de la mano, y platicaremos juntos de todo lo que me acontece” y desde ese día yo fui una persona diferente, más confiada, más estable, más entregada. Aprendí a confiar en Él y no confiar en príncipe ni creer que de los hijos de los hombres puede venir alguna salvación, pues de ellos “sale su aliento, y vuelven a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos” (v. 4) Entonces el salmista aconseja a su auditorio a que no confíe en gobernantes mortales transitorios y transfiera todo en alabanza a Dios a manera de experimentar bienaventuranza.

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