Hay palabras que por nuestra formación religiosa, cuando las escuchamos automáticamente le asignamos una connotación negativa.
«Pródigo» es una de esas palabras.
Repasando la parábola del hijo pródigo,
encontramos que los predicadores la han titulado de esta amanera con toda razón,
ya que “pródigo” significa: excesivo, generoso.
El hijo pródigo en la parábola de Jesús (Lucas 15) personifica incluso los hombres y mujeres de nuestra época. A este joven se le presenta la oportunidad de buscar aventuras, diversión, de experimentar la vida a sus anchas, y salta a la oportunidad sin considerar su relación con el Padre, las consecuencias, o el precio a largo plazo de la misma.
Este joven y su fortuna, entra en un mundo que desconocía, y cuenta el Maestro que disfrutó de la vida y sus placeres hasta que se le acabó el dinero; entonces, junto con escasez de dinero, para empeorar las cosas, vino un tiempo de gran depresión económica en esa región; y cae en lo más bajo, la peor de las circunstancias posibles, sirviendo en condiciones peor que la de un esclavo, y en un rancho de cerdos. Los cerdos, la peor humillación para un judío.
Lejos de su padre, recuerda la vida que le proporcionaba el padre y su cuidado. No necesitó mucha ayuda para entender que era hora de regresar al padre; así que hizo su plan: Iré a mi padre, arrepentido, humillado y después de todo lo malo que he hecho, le pediré que no me reciba como hijo, sino como sirviente.
Pero Jesús dice que nosotros tenemos nuestros planes y Dios los suyos, porque cuando el padre lo vio venir “de lejos”, corrió hacia Su hijo. El hijo empezó a hablar con el Padre todo lo que había planeado decirle, pero el Padre no le escuchaba. Tú ves, el padre ama tanto al hijo, que su amor llenó el momento y no hubo espacio para palabras… solo los besos y abrazos del padre…. y sus órdenes eran específicas; ropas limpias, calzados nuevos, el mejor anillo, devuélvanle su dignidad, porque es mi hijo.
Así es nuestro Padre Celestial con nosotros, Pródigo, nos llena de beneficios y bendiciones, y cuando creemos que lo que tenemos es nuestro, por nuestros propios méritos y nos alejamos de Él, entonces comienza nuestra ruina; pero cuando regresamos a Él, Dios nos recibe con tanto amor, tantos besos y abrazos, y nos devuelve nuestra dignidad de Hijos de Dios. No es comprensible con nuestra mente humana, llena de la lucha de este mundo, pero es algo natural en el carácter de nuestro Padre Celestial. Ese amor que no se cansa de dar.
Dios es Pródigo para con nosotros; amémosle por Él, y no por sus beneficios.
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