Efesios 3:14-16 (NTV) dice: “Cuando pienso en todo esto,
caigo de rodillas y elevo una oración al Padre, el Creador de todo lo que
existe en el cielo y en la tierra. Pido en oración que, de sus gloriosos e
inagotables recursos, los fortalezca con poder en el ser interior por medio de
su Espíritu”.
Doblar nuestras rodillas ante Dios no debe ser una mera
actitud religiosa, ni una formalidad para orar, tampoco una forma de querer
movilizar a Dios. Doblar nuestras rodillas no se trata primordialmente de un
acto externo, más bien de una consecuencia genuina sobre quién es Dios para
nosotros, es comprender que respetamos, amamos, reverenciamos y entendemos que
nuestro orgullo queda desvanecido ante el Señor. Arrodillarse es transferir
nuestro confianza a Él, antes que a nosotros mismos, es declarar exteriormente
que en nuestro interior hemos entregado nuestra vida ante la majestad de Dios.
Si algo no te está saliendo como planeabas, si no puedes hacer lo que te
propusiste, tomate un tiempo y dobla tus rodillas ante Dios, reconociendo que
solo Él te puede ayudar, que solo Él puede darte una gran victoria. Luego da
gracias, porque esa puerta se abrirá.
Hagamos esta oración:
“Padre doblaré siempre mis rodillas ante ti, reconociendo
que eres quién lo gobiernas todo. Solo tu me das la victoria en cada aspecto de
mi vida, declaro con todo mi corazón estás en primer lugar en mi vida desde
ahora y para siempre, en el nombre de Jesús, Amén”
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