"Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo
soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá
la luz de la vida. Entonces los fariseos le dijeron: Tú das testimonio acerca
de ti mismo; tu testimonio no es verdadero. Respondió Jesús y les dijo: Aunque
yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de
dónde he venido
y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo, ni a dónde voy. Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie. Y si yo juzgo, mi juicio es verdadero; porque no soy yo solo, sino yo y el que me envió, el Padre. Y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de mí. Ellos le dijeron: ¿Dónde está tu Padre? Respondió Jesús: Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre; si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais. Estas palabras habló Jesús en el lugar de las ofrendas, enseñando en el templo; y nadie le prendió, porque aún no había llegado su hora."
y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo, ni a dónde voy. Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie. Y si yo juzgo, mi juicio es verdadero; porque no soy yo solo, sino yo y el que me envió, el Padre. Y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de mí. Ellos le dijeron: ¿Dónde está tu Padre? Respondió Jesús: Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre; si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais. Estas palabras habló Jesús en el lugar de las ofrendas, enseñando en el templo; y nadie le prendió, porque aún no había llegado su hora."
"Otra vez Jesús les habló"
Aunque la fiesta de los tabernáculos había terminado, Jesús
se había quedado en Jerusalén y seguía enseñando en el templo. No se desanimó por
el hecho de que los judíos cuestionaran una y otra vez su persona y autoridad.
Y como era de esperar, aquí volveremos a presenciar otra de las muchas
controversias de Jesús con los fariseos.
"Yo soy la luz del mundo"
Jesús comenzó haciendo una afirmación que incluía otro de
los grandes "yo soy" de este evangelio: "Yo soy la luz del
mundo".
Quizá la razón por la que en este momento hizo tal
afirmación debamos buscarla en lo que en los días anteriores había ocurrido en
el templo durante la fiesta de los tabernáculos. Allí se habían encendido unos
enormes candeleros con los que intentaban recordar la columna de fuego que guió
a los hijos de Israel durante las noches a través de su peregrinaje por el
desierto (Ex 13:21). La relación con esto no sería de extrañar, puesto que el
Señor ya se había referido a otros hechos de esa etapa del pueblo de Dios, como
el maná con que el pueblo había sido sustentado en el desierto (Jn 6:31-35) o
el agua de la roca herida que sirvió para satisfacer su sed (Jn 7:37-39).
Así pues, de la misma forma en la que Dios había iluminado a
sus antepasados en el desierto, ahora era el mismo Hijo encarnado quien les
podía iluminar y dispersar las tinieblas de sus corazones. Y no sólo a ellos,
porque lo que Jesús afirmó es que él es la luz "del mundo", indicando
con esto la misión universal de su ministerio. Cristo es la luz para todos los
hombres, en todo momento y lugar. Él es la luz en el sentido absoluto.
Cualquier otro hombre o movimiento religioso no tiene punto de comparación con
él.
Por supuesto, estas palabras implican que el mundo necesita
de su luz porque está sumido en las tinieblas morales y espirituales. No
olvidemos que el mundo está bajo el poder del príncipe de las tinieblas y que
sólo el Señor Jesucristo puede cambiar esta situación.
Ahora bien, si algún hombre hablara de esta manera, todos
pensarían inmediatamente que está loco, pero la absoluta pureza moral de Jesús
y la profunda sabiduría con la que hablaba, han llevado a muchas personas a
creer que lo que dijo era la verdad y que él realmente es la Luz del mundo.
Juan ya había anunciado esto al comenzar su evangelio:
"Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este
mundo" (Jn 1:9). Y con su venida comenzó a cumplirse lo que había
anunciado el profeta:
(Mal 4:2) "Mas a vosotros los que teméis mi nombre,
nacerá el Sol de Justicia, y en sus alas traerá salvación..."
"El que me sigue, no andará en tinieblas"
Los judíos podían cuestionar la afirmación que Jesús acababa
de hacer, pero era muy fácil comprobar si lo que había dicho era cierto o no.
Para ello sólo tendrían que observar a aquellos que le seguían y ver si andaban
en tinieblas.
Pero ahora bien, antes de continuar debemos preguntarnos a
qué se refería por "andar en tinieblas". Y vemos que la palabra
"tinieblas" denota distinta cosas en el Nuevo Testamento.
Se puede usar en un sentido físico para referirse a una
persona que está ciega (Hch 13:11), o al momento en que llega la noche y la
oscuridad (Mt 27:45), pero muchas más veces se emplea en un sentido espiritual
acerca de aquellos que no conocen a Dios. El apóstol Pablo habló de ellos como
quienes "andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento
entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay,
por la dureza de su corazón" (Ef 4:17-18).
Pero estas tinieblas no sólo se encuentran en la mente,
también conllevan una forma de vida alejada de los principios divinos. Quienes
así viven participan de "las obras de las tinieblas" (Ro 13:12) (Ef
5:11).
Además, estas personas se encuentran bajo el poder de
Satanás, quien debido a la desobediencia del hombre ha conseguido establecer su
gobierno en este mundo, que es descrito en la Palabra como "la potestad de
las tinieblas" (Lc 22:53), o la "potestad de Satanás" (Hch
26:18). Se trata de un gobierno en constante oposición con el de Dios. Y el
hecho de que este mundo está bajo el poder de Satanás lo prueban sus obras:
espiritismo, ocultismo, magia, horóscopos, supersticiones, idolatría,
adulterio, fornicación, y todo tipo de perversiones...
Finalmente, todos aquellos que han rehusado andar en la luz
con Jesús, no sólo viven en las tinieblas, sino que además terminarán en
"las tinieblas de afuera" (Mt 8:12). Para ellos "está reservada
eternamente la oscuridad de las tinieblas" (Jud 1:13).
De todo esto nos libra el seguir a Jesús. Él ilumina
nuestras mentes para que podamos conocer a Dios y nos conduce en el camino de
la vida. Como profetizó Zacarías, él venía "para dar luz a los que habitan
en tinieblas y en sombra de muerte; para encaminar nuestros pies por camino de
paz" (Lc 1:79). Nos libra "de la potestad de las tinieblas" y
nos lleva a su reino.
Ahora bien, volviendo al contexto de nuestro pasaje, cuando
el Señor dijo que el que le sigue no andaría en tinieblas, es muy probable que
todavía estuviera pensando en el caso de la mujer adúltera a la que había
ofrecido su perdón. Si ella se había convertido de verdad en una seguidora
suya, entonces dejaría su vida de inmoralidad y no volvería a practicar el
pecado. Y el hecho de que había sido librada de la potestad de las tinieblas y
trasladada al reino del Hijo (Col 1:13) se evidenciaría por un cambio de vida.
Esto sólo lo puede hacer el Señor. Sólo él puede librarnos del pecado con el
que el diablo nos tiene esclavizados (Mr 3:27) (Is 49:24-25).
Y no sólo nos libra del pecado, también nos guía en la vida.
Nos revela su voluntad para que la sigamos de la misma manera en que guiaba a
su pueblo por medio de la columna de fuego durante su peregrinaje en el
desierto. Y así seguiremos eternamente "al Cordero por donde quiera que
va" (Ap 14:4).
Pero para poderle seguir será imprescindible darle el primer
lugar y estar cerca de él para saber por dónde quiere dirigirnos. Además, no
podremos seguirle en tanto que lo dejemos todo, que nos neguemos a nosotros
mismos, a nuestros propios planes y preferencias, nuestras predilecciones y
fantasías. Será necesario morir a nosotros mismos tomando la cruz (Mr 8:34-35).
Sólo así veremos cómo la niebla se levanta, las nubes se disipan y sabremos
cuáles son los pasos que debemos dar para agradarle. El que de esta manera
sigue a Cristo no andará en tinieblas, ni quedará en su ignorancia. Verá
despejado su horizonte y seguirá el camino de la vida que conduce al cielo.
Incluso atravesando por el valle de sombra y de muerte no tendrá temor porque
el Señor estará con él (Sal 23:4).
Lamentablemente son pocos los hombres que quieren seguirle
de esta manera, porque la mayoría prefieren las tinieblas (Jn 1:9-11). La razón
para esta conducta la encontramos explicada en este mismo evangelio:
(Jn 3:19) "Y esta es la condenación: que la luz vino al
mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran
malas"
"Sino que tendrá la luz de la vida"
El Señor añadió otro detalle muy importante. La luz a la que
se refería no simplemente comunica iluminación externa, sino que se convierte
en una posesión interna que ilumina nuestro espíritu. Va mucho más allá del
conocimiento intelectual, puesto que también nos da vida.
Una vez más los conceptos de "luz" y
"vida" vuelven a aparecer relacionados (Jn 1:4) con la intención de
mostrarnos que de la misma manera que las flores se marchitan y mueren cuando
les falta la luz, así ocurre con todo aquel que no tiene a Cristo, quien es la
luz que trae la vida eterna.
¡Qué importante es tener la luz de la vida en un mundo que
está hundido en las tinieblas! Aunque esto también implica una importante
responsabilidad para cada creyente, que debe ser "luz del mundo" (Mt
5:14). Pero para esto es necesario andar en la luz de Cristo, viviendo en
pureza moral y reflejando su luz.
"Los fariseos le dijeron: Tú das testimonio de ti
mismo; tu testimonio no es verdadero"
Los fariseos entendieron perfectamente las implicaciones de
lo que Jesús dijo y no les gustó nada. Para ellos el término "luz"
estaba íntimamente ligado a Dios:
(Sal 27:1) "Jehová es mi luz y mi salvación"
(Is 60:19) "El sol nunca más te servirá de luz para el
día, ni el resplandor de la luna te alumbrará, sino que Jehová te será por luz
perpetua"
(Miq 7:8) "Aunque more en tinieblas, Jehová será mi
luz"
Ellos entendieron que una vez más Jesús se estaba apropiando
de atributos que son exclusivos de Dios, y como era de esperar, reaccionaron de
forma vigorosa. ¿Quién podía ser la "luz del mundo" sino solo Dios?
Desde su punto de vista, Jesús era un pretencioso que hacía afirmaciones que no
podía demostrar. Y hay que decir que su lógica era totalmente correcta. Sólo si
Jesús es el Hijo de Dios podría ser también la "luz del mundo". De
otro modo, si únicamente fuera un hombre, entonces, hacer una afirmación como
esta carecería de todo sentido. Y como ellos no creían que Jesús fuera nada más
que un hombre, entonces sus afirmaciones les parecían blasfemas.
Por lo tanto, en los versículos que siguen vamos a asistir a
una nueva confrontación en la que los fariseos se van a colocar en el papel de
jueces y exigirán a Jesús que demuestre sus afirmaciones por medio de algún
testimonio válido. Algo parecido ya lo habíamos visto en (Jn 5:30-47), cuando
Jesús había apelado a varios testigos para corroborar sus afirmaciones ante una
demanda similar de parte de los judíos. En esa ocasión los testigos presentados
por Cristo habían sido: Juan el Bautista (Jn 5:33), sus obras milagrosas (Jn
5:36), el Padre (Jn 5:37) y las Escrituras (Jn 5:39). Pero aunque el testimonio
en cuanto a él era amplio, ellos se negaron a aceptarlo y una vez más le
pidieron cuentas.
Ahora en esta ocasión no va a volver a repetir todo lo que
ya les había explicado anteriormente, sino que se va a centrar en él mismo y en
el Padre: "Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y el Padre que me
envió da testimonio de mí" (Jn 8:18). La ley exigía el testimonio de dos
personas (Dt 19:15) y aquí se presenta él mismo y el Padre. Esto debería haber
sido suficiente.
Notemos que este principio se aplicaba sólo en casos
judiciales, por lo que queda claro que ellos estaban juzgando a Jesús, que se
había convertido en acusado debido a la afirmación que había hecho de ser la
luz del mundo.
"Mi testimonio es verdadero, porqué sé de dónde he
venido y a dónde voy"
Debemos entender que la situación planteada por los fariseos
era absurda. ¿Cómo podía un hombre juzgar a Dios? Esto sí que era un
atrevimiento blasfemo: "Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que
alterques con Dios?" (Ro 9:20). Esta actitud de los fariseos implicaba un
orgullo desproporcionado.
Pero por otro lado, aunque pretendían juzgar a Jesús por la
afirmación que había hecho, era imposible que pudieran hacerlo, porque ellos
eran ignorantes de los hechos que querían juzgar. Eran jueces incompetentes y
el Señor se lo dijo: "Vosotros no sabéis de dónde vengo, ni a dónde
voy". No habían sido capaces de reconocer al Hijo, a quien tenían delante
de ellos, y mucho menos al Padre, a quien no conocían ni habían visto. Por todo
eso, el testimonio de Cristo acerca de sí mismo seguiría siendo válido aunque
ellos no lo apoyaran, porque él sí que era competente para darlo, puesto que
sabía de dónde procedía y a dónde iba, algo que ellos ignoraban.
De hecho, a ese nivel al que ellos exigían testigos, sólo
Dios mismo podía testificar, porque ningún hombre podría ser testigo de las
decisiones tomadas por Dios en el seno de la Trinidad. ¿Qué hombre, o incluso
ángel, podría corroborar tales cosas?
Pero en cualquier caso, la afirmación de Jesús de ser la luz
del mundo no requería de testigos, sino que quedaría probada como cierta por su
propia eficacia. Porque al igual que el sol que cuando sale lo ilumina todo,
del mismo modo, cualquiera que se acerque a Cristo con fe verá en él la luz y
su vida será transformada.
"Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a
nadie"
A pesar del absoluto desconocimiento del origen y el destino
de la misión de Jesús, ellos creían que eran jueces competentes para juzgarle,
pero estaban completamente equivocados. Pretendían juzgar a Jesús como si fuera
un hombre más y por lo tanto le aplicaban pautas terrenales. Estaban
completamente equivocados cuando intentaban juzgar al mismo Dios con los
procedimientos que la ley de Moisés había establecido para los juicios entre
los hombres. Era totalmente inadecuado aplicar los mismos criterios.
En contraste con ellos, Cristo, mientras estaba en la
tierra, no juzgaba a los hombres, pero si lo hiciera, su juicio sería justo,
porque él no actuaba solo, sino con el Padre: "Y si yo juzgo, mi juicio es
verdadero; porque no soy yo solo, sino yo y el que me envió, el Padre".
Con esto, lo que vino a decir es que su forma de juzgar se ajustaría a lo que
Moisés había estipulado: "Y en vuestra ley está escrito que el testimonio
de dos hombres es verdadero". Si el testimonio de dos hombres sería
considerado válido, ¡cuánto más el del Padre y el Hijo juntos!
Y a continuación vuelve a recalcar el acuerdo perfecto entre
su propio testimonio y el del Padre, no sólo en el juicio, sino en su
testimonio acerca del Hijo: "Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y
el Padre que me envió da testimonio de mí".
"Ellos le dijeron: ¿dónde está tu Padre?"
Cuando Jesús hablaba de su Padre se refería a Dios, sin
embargo los fariseos le preguntaron por su padre terrenal. Con esto vuelve a
surgir nuevamente la cuestión del origen de Jesús. Ellos desconocían la
verdadera naturaleza de Jesús y tampoco lograban comprender su inseparable
unión con el Padre: "Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre; si a mí me
conocieseis, también a mi Padre conoceríais".
Es de suponer, por lo tanto, que estaban pidiéndole que
presentara a su padre humano para que diera testimonio a favor de él. Sin
embargo, es muy probable que ellos habían entendido perfectamente que se estaba
refiriendo a su Padre celestial, pero preferían hablar de las
"extrañas" condiciones en las que ellos habían oído que había tenido
lugar el embarazo de su madre y su nacimiento, un tema al que volvieron un poco
después (Jn 8:41).
En cualquier caso, lo que pretendían era restar autoridad a
su afirmación con una burla sarcástica: "¿Dónde está tu Padre?". Al
fin y al cabo, aunque Jesús hablaba una y otra vez de su Padre, ellos no lo
veían allí, y el testimonio de un testigo ausente no aprovechaba para nada.
Así que Jesús tiene que volver a un tema del que ya había
tratado anteriormente: la razón de su ignorancia se debía a que no conocían al
Padre ni tampoco quién era él. Si conocieran a alguno de ellos, también
conocerían al otro, siendo los dos de la misma naturaleza.
A partir de aquí deberían ser ellos los responsables de
demostrar que sí que conocían al Padre. No era culpa del Señor que ellos no
conocieran al testigo que él citaba en su favor.
"Estas palabras habló Jesús en el lugar de las
ofrendas"
Parece que en este punto hubo una interrupción en la
discusión y el evangelista la aprovecha para hacer notar que él había estado
enseñando públicamente en el templo, concretamente "en el lugar de las
ofrendas", un sitio conocido y frecuentado por todos los judíos.
Por otro lado, se añade el comentario de que aunque estaba
"enseñando en el templo; nadie le prendió, porque aún no había llegado su
hora". Es probable que después de esta conversación, los intentos
criminales para librarse de Jesús se hubieran intensificado, sin embargo,
aunque para ellos había llegado el momento de terminar con Jesús, la hora de
Dios todavía no había sonado. Esto demuestra que su inmunidad se debía a que el
Padre lo guardaba de todo mal.
A donde yo voy, vosotros no podéis venir - Juan 8:21-30
(Jn 8:21-30) "Otra vez les dijo Jesús: Yo me voy, y me
buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis; a donde yo voy, vosotros no podéis
venir. Decían entonces los judíos: ¿Acaso se matará a sí mismo, que dice: A
donde yo voy, vosotros no podéis venir? Y les dijo: Vosotros sois de abajo, yo
soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso os
dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en
vuestros pecados moriréis. Entonces le dijeron: ¿Tú quien eres? Entonces Jesús
les dijo: Lo que desde el principio os he dicho. Muchas cosas tengo que decir y
juzgar de vosotros; pero el que me envió es verdadero; y yo, lo que he oído de
él, esto hablo al mundo. Pero no entendieron que les hablaba del Padre. Les
dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces
conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó
el Padre, así hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo
el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada. Hablando él estas cosas,
muchos creyeron en él."
"Yo me voy, y me buscaréis, pero en vuestro pecado
moriréis"
A pesar del rechazo de los judíos, Jesús continuó
enseñándoles: "Otra vez les dijo Jesús". Esta frase es la misma que
encontramos en (Jn 8:12) y que ya vimos al comenzar este estudio. Quizá se
vuelve a repetir ahora para indicarnos que lo que viene a continuación tuvo
lugar en otro momento diferente, pero sobre todo sirve para mostrarnos el
empeño y la constancia del Señor en predicar la Palabra.
La razón para esta persistencia estaba en el hecho de que él
iba a partir muy pronto de este mundo, y aquellos que no le habían recibido
quedarían en un estado mucho peor que en el que se encontraban cuando él había
venido. En sus palabras hay cierto tono de urgencia, pero también de dolor al
ver la incredulidad de los judíos. El Señor había venido a salvarlos, pero
ellos le habían rechazado una y otra vez. Se cumplió así lo dicho por el
profeta:
(Ro 10:21) "Pero acerca de Israel dice: Todo el día
extendí mis manos a un pueblo rebelde y contradictor."
Ante este rechazo, el Señor vuelve a proclamar de forma
solemne su condenación: "en vuestro pecado moriréis", y lo repetirá
más adelante en (Jn 8:24). Se trataba de algo extremadamente grave. Y además
añade que aunque después de su partida le buscarían, todos sus esfuerzos serían
vanos: "Yo me voy, y me buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis".
Esto nos recuerda otra verdad solemne: cuando se rechaza repetidas veces la
Luz, la persona llega a perder la sensibilidad y la capacidad de responder a la
revelación de Dios.
(Pr 1:28-31) "Entonces me llamarán, y no responderé; me
buscarán de mañana, y no me hallarán. Por cuanto aborrecieron la sabiduría, y
no escogieron el temor de Jehová, ni quisieron el consejo, y menospreciaron
toda reprensión mía. Comerán el fruto de su camino, y serán hastiados de sus
propios consejos."
Y esta ha sido la experiencia de Israel desde entonces.
Continúan buscando y esperando a su Cristo, pero siguen pereciendo sin tener
vida eterna, porque no han reconocido su pecado de rechazarle y matarle cuando
vino a este mundo para salvarlos. Así que ellos siguen buscando a un mesías que
se ajuste a sus propios deseos, pero al haber rechazado al auténtico Mesías, lo
único que van a encontrar son impostores, ante los cuales están completamente
expuestos, tal como el Señor les anticipó: "Yo he venido en nombre de mi
Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, a ése
recibiréis" (Jn 5:43).
Notemos que el Señor se estaba refiriendo a lo que ocurriría
después de su partida: "Yo me voy, y me buscaréis". En realidad, se
trata de un anuncio repetido, puesto que ya les había dicho lo mismo durante la
fiesta de los tabernáculos (Jn 7:33-34). Esta partida indicaba el fin de su
misión en este mundo, lo que le llevaría a morir en una cruz, pero también a
resucitar y ascender otra vez al trono del Padre. Pero dada la persistente
incredulidad de los judíos, su partida también implicaría su alejamiento de
ellos, lo que sin duda entrañaba un juicio terrible: "A donde yo voy,
vosotros no podéis venir".
En este momento debemos preguntarnos cuál era el pecado al
que el Señor se refirió, ya que éste sería la causa de los juicios que les
estaba anunciando. Y tenemos que decir que su pecado era la incredulidad. Este
es el único pecado que finalmente lleva al hombre a la condenación eterna. Y
esto es así, porque mientras que la fe en el sacrificio de Cristo nos perdona
de todos nuestros pecados, la incredulidad nos aleja de ese único medio que el
hombre tiene de encontrar el perdón de Dios. Por eso el Señor dijo: "El
que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado,
porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios" (Jn 3:18).
Muchas personas creen que estas palabras de condenación son
muy duras, pero no debemos olvidar que quien las dijo fue el Salvador, aquel
que entregó su vida por los hombres en un acto de amor inigualable.
"¿Acaso se matará a sí mismo?"
Los judíos comenzaron entonces a burlarse de lo que Jesús
les acababa de decir. Evidentemente no les había gustado lo que les dijo acerca
de su estado de condenación, pero en lugar de buscar una solución para sus
pecados, optaron por ridiculizarle: "¿Acaso se matará a sí mismo?".
Los judíos dan a entender así que Jesús iba a suicidarse, y por lo tanto, según
ellos creían, iría a lo más profundo del infierno, un lugar en el que ellos no
iban a encontrarse con él. En realidad, era cierto que el Señor estaba hablando
de su muerte, pero no de un suicidio, sino de una vida entregada por el rescate
de los pecadores. Pero ellos se burlaban aun de esto, haciendo una caricatura
de su muerte. ¡Cuán a la ligera tomaban los juicios de Dios! ¡Cuánta burla y
desprecio se escondían detrás de sus palabras!
En una ocasión anterior en que Jesús pronunció palabras
semejantes (Jn 7:35-36), habían propuesto otra interpretación, también
presentada con burla, "¿Se irá a los dispersos entre los griegos, y
enseñará a los griegos?". Esto demuestra, una vez más, que la maldad no
confesada se va volviendo cada vez más perversa.
"Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros
sois de este mundo, yo no soy de este mundo"
A continuación el Señor corrigió a los judíos, diciéndoles
que la razón de esta separación se basaba en la diferencia de origen y
naturaleza que había entre ellos. Mientras que ellos eran de abajo, él era de
arriba; ellos eran de este mundo, pero él no lo era. No había unión entre ellos
o intereses comunes, porque mientras que los judíos sólo estaba preocupados en
asuntos terrenales, el Señor por el contrario había descendido del cielo y se
ocupaba exclusivamente en hacer la voluntad de su Padre. El contraste era tan
grande que no podía haber armonía entre ellos, como quedaba de manifiesto por
sus continuos enfrentamientos.
Detengámonos aquí un momento para recordar que también el
verdadero discípulo de Jesucristo debe buscar las cosas de arriba y no vivir en
los deseos y pasiones del mundo:
(Col 3:1-2) "Si, pues, habéis resucitado con Cristo,
buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.
Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra."
"Si no creéis que yo soy, en vuestros pecados
moriréis"
Otra vez les vuelve a repetir que si no creían en él
morirían en sus pecados; sin haber sido perdonados y sin estar preparados para
comparecer ante Dios.
Notemos nuevamente que el pecado al que se hace referencia
aquí es el de la incredulidad: "Si no creéis". Ahora bien, aquí se
añade exactamente qué era lo que debían creer: "que yo soy".
¿Qué es lo quería decir el Señor con estas palabras? Al
tratarse de una frase sin predicado, podría significar que "yo soy de
arriba" (Jn 8:23), o que "yo soy la luz del mundo" (Jn 8:12).
Pero es mucho más probable que se utilice en un sentido absoluto, una forma que
los judíos empleaban para referirse a Jehová (Dt 32:39). Así recordaban cómo
Dios se presentó ante su pueblo cuando iba a rescatarlos de Egipto (Ex 3:14).
Por lo tanto, era una expresión de la trascendencia suprema de Dios, y lo que
el Señor Jesucristo estaba dando a entender es que él era la manifestación
perfecta de Dios manifestado en carne, de ahí la gravedad de no creer en él.
"Entonces le dijeron: ¿Tú quién eres?"
A los judíos les resultaba intolerable que el carpintero de
Nazaret pretendiese ser el "Yo soy" de la eternidad, así que
volvieron a preguntarle, quizá con cierto tono de burla, "¿Tú quién
eres?".
Pero sus preguntas sólo pretendían desviar la atención de su
propia incredulidad. No era necesario volver a preguntar lo que el Señor ya
había dicho muchas veces: "Lo que desde el principio os he dicho".
Además, toda su vida, obras y palabras manifestaban perfectamente quién era él.
Pero el corazón incrédulo nunca tiene suficientes evidencias.
Y a continuación añade: "Muchas cosas tengo que decir y
juzgar de vosotros". En realidad, además de su pecado de incredulidad,
había otras muchas cosas que deberían ser juzgadas de ellos, pero por el
momento el Señor no había venido a eso, sino que tenía que comunicar al mundo
la verdad que había oído de su Padre: "Lo que he oído de él, esto hablo al
mundo". Una vez más sus prejuicios les impedían ver a Jesús como enviado
de Dios, por eso "no entendieron que les hablaba del Padre".
"Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces
conoceréis que yo soy"
Ellos no creían que Jesús fuera el Hijo de Dios, pero
llegarían a darse cuenta de que era verdad cuando le hubieran
"levantado". La referencia, sin duda, tiene que ver con la cruz, tal
como ya le había adelantado a Nicodemo: "Y como Moisés levantó la
serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado"
(Jn 3:14), algo que más tarde les explicó con toda claridad: "Y yo, si
fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Y decía esto dando a
entender de qué muerte iba a morir" (Jn 12:32-33). No obstante, el término
"levantar" incluye no sólo la muerte, sino también su resurrección y
exaltación a la gloria.
El Señor estaba anticipando lo que más tarde ocurrió. Ellos
darían rienda suelta a su maldad y acabarían por crucificarle, pero el Padre
respondería vindicando a su Hijo por medio de la resurrección y ascensión a la
gloria. Este fue el contenido del primer mensaje de Pedro a los judíos en el
día de Pentecostés:
(Hc 2:22-24) "Varones Israelitas, oíd estas palabras:
Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas,
prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros
mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado
conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos,
crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por
cuanto era imposible que fuese retenido por ella"
La vindicación del Padre después de la muerte de Jesús
pondría en evidencia que lo que tantas veces les había dicho era verdad:
Que él no hablaba por sí mismo.
Que siempre hacía lo que agradaba al Padre.
Que el Padre que le envió siempre estaba con él; que no le
había dejado solo.
Nosotros admiramos al Señor Jesucristo por su deseo
inquebrantable de agradar en todo a su Padre sin importarle el costo que esto
implicaba. En este sentido debemos ser imitadores de él, incluso cuando todo a
nuestro alrededor se vuelva contra nosotros, tal como le pasó a él. En esas
circunstancias comprobaremos que el Padre también estará con nosotros y no nos
dejará solos, y que a pesar de la incomprensión, el menosprecio o el rechazo
del mundo, disfrutaremos de su presencia en nuestras vidas, lo que vale más que
cualquier otra cosa.
"Hablando él estas cosas, muchos creyeron en él"
Estas palabras de Jesús llevaron a muchos a creer en él. Sin
embargo, viendo el contexto posterior, nos damos cuenta que eso no implicaba un
cambio de corazón o un verdadero arrepentimiento. Esto nos recuerda a aquellos
judíos que fueron mencionados al comienzo del ministerio de Jesús:
(Jn 2:23-25) "Estando en Jerusalén en la fiesta de la
pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. Pero Jesús
mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que
nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre."
Cuando analicemos los siguientes versículos notaremos que
tan pronto como Jesús les dio a entender que un mero cambio de forma de pensar
no era suficiente, sino que debían rendirse a él en obediencia a sus enseñanzas
para poder ser librados de la esclavitud del pecado, se revelaron con toda la
furia de su orgullo y ya no creían en él en ningún sentido. Esto nos demuestra
que puede ser relativamente fácil persuadir a una persona para que admita las
enseñanzas de Jesús y que sienta simpatía hacia su persona, pero otra cosa
completamente distinta y mucho más difícil es que se entregue al Señor sin
reservas y abandone su vida de pecado. Pero eso lo veremos en el siguiente
pasaje.
Preguntas
1. Reflexione sobre las implicaciones que tiene la
afirmación de Jesús: "Yo soy la luz del mundo".
2. Explique con sus propias palabras los posibles
significados del término "tinieblas" en el Nuevo Testamento.
Justifique su respuesta con citas bíblicas apropiadas.
3. ¿Por qué los judíos eran incompetentes para juzgar a
Jesús?
4. ¿Por qué dijo Jesús que los judíos le buscarían pero
morían en sus pecados? Razone su respuesta. ¿De qué manera el hecho de que
Jesús fuera levantado serviría para que ellos conocieran que realmente Jesús
era quien dijo ser?
5. Jesús afirmó que él siempre agradaba al Padre. Busque en
los evangelios varias ocasiones en las que esto quedó demostrado.
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